Allí estábamos los dos. Nada importaba cómo habíamos
llegado allí, ni el tiempo ni los kilómetros recorridos... nada era parte del
momento sólo el presente y el azul. Un azul inmenso, extasiante, intenso,
hipnótico.
Nosotros y los peces. Esos seres menores, extraños,
divertidos y entrañables como los bebés. Nos miraban y nosotros les
mirábamos. Hacen dibujos, coreografías sobre el azul que se pierde. Un azul
más claro hacia arriba. Arriba es donde van las burbujas, es la única
referencia para distinguir arriba de abajo. Ahora caigo: jugamos en tres
dimensiones por vez primera en mi vida. Normalmente voy adelante, atrás,
derecha, izquierda, ahora también arriba y abajo. Eso me desconcierta cuando
paso por encima de un señor desconocido (él también con neopreno y botella)
¿es esto correcto?. Nunca he pasado por encima de un señor desconocido, no es
de buena educación.
Los sonidos. No suena más que mi respiración y las
burbujas. De vez en cuando un oído pita como la alarma de los cinturones del
coche que te dejas sin abrochar advirtiendo que algo se me ha olvidado. Ah,
se me ha olvidado compensar, pero allí está Paco, que te da toda la seguridad
del Universo. Iría con mi zargento al fin del mundo!!.... bueno, no hay que
exagerar 8,6 metros de profundidad y 38 minutos serán suficientes por esta
vez.
Gracias a todos los que han hecho posible esta experiencia, sobre todo a
Paco, eres un crack, a Juan como reportero gráfico que se ríe de “Al filo de
lo imposible” y a todos los que me han acompañado y apoyado como Félix, el
“churri”.
Crónica de Masmaja, La bautizada
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